Nota
de Autor
El
precio de la codicia
Cuando
era un niño mi padre supo contarme historias relacionadas con los famosos
"cuentos del tío" y me explicaba que los pícaros sólo podían
engatusar a sus víctimas, si manipulando sus propios sentimientos de codicia(1),
les hacían creer que eran ellos mismos los que se aprovechaban de la
"ingenuidad" del bribón.
Así
pasaba que al comprador de un buzón o un tranvía se le hacía creer que podía
hacerse de un fabuloso negocio de manos de un "cándido" hacendado del interior
o un "desesperado" hombre de negocios que debía viajar. El comprador
sabía que se estaba abusando de su víctima y que el precio que estaba pagando
era vil en relación a las ganancias que esperaba obtener pero no le importaba y
cuando descubría que había sido timado se rasgaba las vestiduras y clamaba por
una decencia que él mismo no había sabido tener.
Nuestro
país está en crisis. Nuestra industria exportadora afronta serias dificultades
para financiar sus proyectos. Los desocupados crecen, la pobreza se convirtió
en indigencia y la miseria en violencia. La clase media-media se convirtió en
media-baja y está lentamente, está desapareciendo.
Una
de las causas más importantes de esta crisis fue la debacle financiera donde
entre el estado, los bancos y las grandes empresas dejaron atrapados a miles de
esos ahorristas que, todo juntos y sumados, en otras latitudes son uno de los
máximos baluartes de la riqueza de sus propios países.
Pero
eso no pasó una sola vez. Periódicamente un estado profundamente cuestionado expropia los recursos de
aquellos que podrían abrir pequeñas industrias, inaugurar comercios, comprar nuevas máquinas para su empresas o tomar otros
empleados.
Siempre
surge la pregunta de cómo puede ser que todo un sector de un pueblo pueda caer,
cada tanto, en la misma trampa una y otra vez. No es el sector menos ilustrado ni
el más ignorante. Es la clase media y media-alta argentina que tiene alguna
capacidad de ahorro, recibió estudios,
se desempeña en cargos jerárquicos, son profesionales independientes, han
viajado y conocido parte de este inmenso mundo, están capacitados y algunos
mucho... Sin embargo, cada tantos años sus plazos fijos, sus ahorros, cuentas a
la vista o sus paquetes de moneda nacional guardados en los colchones o cajas de
seguridad son expropiados, devaluados o licuados... Sólo
aquellos que confiaron en la moneda extranjera y previsoramente tienen sus fondos en el
exterior tuvieron alguna chance de salvarse.
Pero...
¿por qué pasa recurrentemente...? ¿por qué nadie aprende de lo ya pasado...?
21
mil millones de pesos(2) fueron depositados en los bancos en nuevos
plazos fijos a poco más de un año del fatídico día en que se inauguró el
"corralito" por esas mismas personas que entonces gritaban
desesperadas a los empleados y cajeros de los bancos que querían su dinero de
vuelta en la misma moneda en que se la confiaron.
Todavía
quedan casi 17 mil millones de pesos inmovilizados en bonos BODEN y CEDROS, pero
aquellos que hoy abren nuevos plazos fijos no parecen darse cuenta. Según una
alta fuente de una institución bancaria que le confió a un matutino porteño, los
bancos estarían estudiando cómo devolver la plata a los "acorralados"
a 1,40 pesos por dólar para "reconciliarse con ellos" con una
pérdida para los confiados ahorristas en dólares de más de la mitad de sus
fondos.
Y
sabiendo todo esto ¿por qué corren los ciudadanos argentinos a depositar lo
poco o mucho que sobrevivió a catástrofes anteriores, en las mismas
instituciones que no realizaron en ellas mismas ningún cambio que pudiera hacer
pensar que ahora sí son confiables...?
Entonces,
cuando leí que aparecieron bancos que ofrecen por depósitos a 90 días hasta
un 80% de interés, me acordé de los cuentos de mi fallecido padre. No hay
negocio legal en este quebrado país que pueda generar semejantes tasas de
interés y sin embargo parece que los bancos pueden pagarlas. No le pueden
devolver a los ahorristas sus depósitos en la moneda en que la recibieron, pero
le pueden pagar a los nuevos tasas que, si las pidiera un particular, serían
tildadas de usurarias.
El
sentido común más elemental exigiría prudencia pero la codicia es más
fuerte. Todo comienza cuando uno piensa que va a ser más vivo, que uno va a
poder darse cuenta cuando se está por caer la estantería y que va a tener la
velocidad necesaria para poder sacar todo y salvarse, que los que se
van a quedar enganchados son los "giles" (y uno no es ningún gil).
Según
un relevamiento que realizó Clarín los banqueros (esos mismos que el último
año iban a terapia porque se sentían injustamente maltratados por los clientes
que querían que les devuelvan sus ahorros que todavía siguen incautados), ya
más recuperados, les dan consejos a todo aquel que quiera preguntarles sobre qué
hacer con su plata: inviertan en la bolsa... compren Lebac a un año... abran un
plazo fijo... pontifican estos veteranos especialistas.
¡¡¡Pero
funciona!!! Porque lo más fuerte es la codicia y, al final de cuentas, uno
piensa que ellos están desesperados y van a pagar cualquier cosa por un poco de
dinero fresco sea, como sea, y uno se puede aprovechar. Eso los convierte en
"pichones" y es una oportunidad que es un crimen perderla.
Y
entonces, un día...
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(1)
Codicia:
Afán desordenado de riquezas
(2)
Fuente: Clarín - domingo 26 de enero del 2003
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