[BPN-19/09/07]
"Cuesta creer que al diseñar la ley, nuestros legisladores hayan
previsto, por ejemplo, una vivienda destinada a portería y no hayan
pensado que tanto o más importante para la Propiedad Horizontal es la
necesidad de contar obligatoriamente con un espacio de reunión y
esparcimiento de sus moradores", destacó el presidente de la Fundación
Liga del Consorcista (LCPH), Dr. Osvaldo Loisi, el
viernes 14 a las 14:30 en la Universidad del Museo Social.
Si bien
subrayó que muchas nuevas construcciones prevén la necesidad de
construir en esos edificios un salón de usos múltiples, abriendo la
posibilidad de fomentar en ellos algún tipo de actividad social, "la
mayoría de las construcciones de cierta antigüedad carecen de esa
facilidad".
Según esta
entidad, han comprobado que alrededor de un veinte por ciento de las
consultas que reciben corresponden a problemas originados en la
incomunicación que padecen las personas mayores de cincuenta años que
habitan solas en departamentos.
"Ni el
encontrarse ocasionalmente en pasillos y ascensores, ni la necesidad de
reunirse periódicamente en asambleas para discutir temas inherentes al
edificio común y su administración son motivos suficientes para que la
gente se conozca y trabe relaciones humanas saludables", reflexionó
el Dr. Loisi.
Durante la
conferencia, señaló que a través del tiempo, el régimen de Propiedad
Horizontal evidenció un costado negativo en la medida en que "la
convivencia en esos edificios es, por lo general, bastante precaria, con
una carencia casi absoluta de sentido comunitario de sus moradores".
Es más,
aseguró que las personas mayores que viven solas sufren por lo general,
determinadas perturbaciones psíquicas que surgen de la soledad y la
incomunicación: "un tipo de patología aún no registrada en forma
específica, producto de una deficiencia social enmascarada detrás de
aparentes ventajas".
El Dr. Loisi
advirtió que salvo raras excepciones, las personas que viven en propiedad
horizontal, pese a compartir un mismo techo, un mismo terreno, encontrarse
diariamente en los ascensores y pasillos, "no se conocen, no se
tratan, ni conviven en el sentido humano de la palabra. Curiosamente,
aunque se supone que el compartir espacios, servicios y cargas comunes
debiera ser motivo de acercamiento entre las personas, en realidad no lo
es".
Recordó que
cuando apareció la ley, su abuelo le decía que más allá de las
evidentes e innegables utilidades económicas y sociales que la Propiedad
Horizontal prometía, "la independencia que era evidentemente una
ventaja, aislaba a las personas al privarlas del trato diario a que las
obligaba el antiguo régimen de inquilinatos".
Sostuvo que a
la sociedad consorcial lo que le hace falta son "genuinas relaciones
de vecindad" debido a que por ciertas razones ocultas "de
raíces probablemente históricas y sociológicas, las personas que
adquieren un departamento o un local desean el máximo de privacidad, aún
a costa de desentenderse de la suerte del patrimonio común".