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Correo de Opinión ¡Por el poder de Deisdosl! por el Adm. Gustavo Karcher Dice mi mamá que de chico nunca me chupé el dedo, que era un nene tradicional, buenito y adicto sólo al chupete y a la mamadera de la cual lograron emanciparme pasados los seis años. Pero a medida que fui creciendo, una de las cosas que más entirriaba a mis mayores (que yo recuerde), era mi dedo. "¡Sacáte el dedo de la nariz, che!", repetía una y otra vez mi joven padre. "¡Sacá ese dedito de ahí, carajo!", me reprendía mi madre mientras jodía (yo, el niño dedo) una y otra vez con los enchufes o un sillón recién pintado, un biscochuelo recién salido del horno, un mosquito en la pared -tan limpia... tan blanquita... ¡Como para no tentarme!-. "¡Karcher, no señale con el dedo!", me decía siempre la señorita Olimpia. A medida que pasaba el tiempo, fui descubriendo nuevos objetivos para mis paradigmáticos carpos y tan pronto como crecía las víctimas fueron los timbres de los divertidos "rin-raje" junto a mis amigos o dispararle miguitas en las orejas a los pibes que se sentaban bancos adelante, tremendos olfas de las maestras, hacer la V de la victoria en plena era vietnamita y de proscripción del viejo, dispararle al otro en el "poli-ladron" mientras me discutía que le había errado -maldito-, quemar una bolita hasta partirla o consagrarme el rey del "mide, tapa o espejito" con las figuritas. Después, ya entrando en la adolescencia, descubrí otro de los tantos poderes de aquellos dedos que Dios me dio y gracias a no poca paciencia, talento y ahorros de mi viejo hice sonar la primera guitarra eléctrica que llenó de pánico a mi familia como cosa primera y a los vecinos del barrio, algo después. ¡Oh dedo, a ti te venero! Tú eres el alfa y la omega de mis anhelos. [FA / SOL] Puedo tocar la luna si lo deseo, O los senos de mi novia, Si no me abofetea. [RE MENOR] Dedo, querido dedo, Ni la espada de He-Man Podría contigo. [MI EN 7ª] Mi tan venerado… Mi poderoso dedo. [DO] Y gracias a sus proezas, combinados los muchachos en escalas y arpegios, me ayudaron a capturar la mirada de las minitas en todas las fiestas del barrio. ¡Oh, dedos! Mis queridos dedos que me convirtieron en un ganador. "¡Dale, Gustavo: tocate otra que sepamos todos!". Y ahí, estaban mis garfios otra vez y siempre listos ¡dale que te dale! para calmar la ansiedad en los tradicionales asaltos de los años setenta a pocos pasos de caer en el olvido. Ya un poquito más crecido y en la colimba sirvieron para apretar el gatillo y dar en el blanco, tantas veces como fuera necesario, para satisfacer al temerario sargento Villacorta con la misma facilidad que tiempo antes —en el colegio, en el potrero, o en la parada de la esquina— habían servido para señalar a un culpable o jugar a "piedra, papel o tijera". Pero los tiempos cambian y el dedo, ese extremo tan versátil de mi propio ego, adquirió nuevas propiedades conforme los avances científicos de la época y de la violenta tecla de mi añosa Remington en mi época de periodista. Pasaron a bailotear allá por el ’85 por sobre el teclado de mi primer ordenador: un 386 con Windows 3.1 ¡todo un cambio revolucionario! sin darme cuenta que en menos de veinte años ya estaría moviendo imágenes en una pantalla, ordenando algún delivery antes de llegar a casa o tiempo más tarde rompiéndole soberanamente las bolas a mi hija menor (las otras sí se salvaron) con mis mensajitos de texto para saber con quién está, por dónde anda y a qué hora regresa a casa. Fue sólo una cuestión de instantes y sin que nadie se diera cuenta, que el dedo pasó de ser la simple extensión de una mano a la del propio ego. El falo perfecto que reemplazaría nuestro complejo de inferioridad y sin distinción de sexos ya que con tan solo moverlo, dominaríamos el mundo al darle vida a cuanto objeto fetiche cayese en nuestras manos sin importar el tiempo, el espacio, el tamaño y su calidad de cosa nueva o vieja. "¡ola Krlos, kmo sts!"; escribo desde mi Nokia. "Bn. Y vs?"; contesta desde su Ericson. "D pta mdre"; le digo. "OK. Bay"; me contesta. "By. Ns Vmos"; termino. Dedo. Carajo. No te malgastes. No te acalambres. No te me quedes a mitad de camino. Te necesito. ¡Vamos! Sos mi mano derecha. Mi explorador de lo profundo. Quiero decir: mi dedo. Mi otro yo. Mi alter ego. "¿Qué pasa Sr. Administrador que no me llegaron las expensas?" "Ayer le mandé un e-mail y tres mensajes de texto pero no me contestó. Exijo una respuesta." "Le escribo desde mi BlackBerry para preguntarle si la del 5º sacó la basura a las siete de la tarde." "¡ES LA NOVENA VEZ QUE LE ESCRIBO Y NO ME DEVUELVE LOS E-MAILS! ¡QUE PASA! ¿EH...?" "Sr. Administrador: con los del consejo hemos decidido que usted..." "No estoy de acuerdo con el color de la pintura." Etcétera... etcétera... etcétera. Y así, muchachos, dedo va y dedo viene, la generación de ahora que pareciera no tener un carajo que hacer en sus vidas (aunque les paguen para estar haciendo mientras hacen como que hacen ante otros que también hacen como que hacen) te rompen soberanamente la paciencia gracias a sus poderosos dedos. Algunos, irán más lejos aún con su obsesiva compulsión carpiana. Y no sólo se las ingeniarán para enviarte basura todo el tiempo a tu bandeja de correo como si vos, genérico mortal, sólo debiste nacer para recibir —no más que ese y sólo ese— correo que te llevará al nirvana o te precipitará al infierno sino que se toman el premeditado trabajo (e increíble atrevimiento) de enviarlo con copia a todos los vecinos del edificio para demostrar, sólo con ello, lo berreta y tan poca cosa que resultaste ser y lo pistola-banana que resultaron ser ellos. Ergo: "lo defensores de los derechos de todos" que resultaron ser estos tipos (o tipas, según les caiga el saco o el sexo) combinando perfectamente su fantasía de héroes o heroínas de barro en tanto te satanizan porque sí y te hacen la guerra desde un sencillo teclado apoyado en una mesa o viajando en una Notebook, Netbook, Black Berry, el celu vulgar y silvestre, la Palm o cuanta porquería de moda hayan adquir para no quedar fuera del sistema y caerse de la cresta de la ola. En otras palabras: para reforzar su importancia personal ¡Oh, dedo! ¡ Maravilloso dedo! Dedus acusandis. Talismanis dedus. Prolongación de la lengua. Magico digito que digita el mundo. Obsesionados, con los ojos puestos sólo ahí y nada más que ahí, apretando una y otra vez la caterva compulsiva de todas las teclas en tanto esperan aquel mensaje que les cambiará la vida y te envían el que arruinará la tuya; sin percibir semáforos en rojo, pisando niños, viejas y soretes o un billete de cien pesos que siquiera registraron. Maldita generación de cómodos y maricones que te bombardean con un dedo y con el mismo ímpetu te bardean de lo lindo jugando a voltear administradores, gobiernos, compañeros de trabajo y hasta parientes, señalándolos de chorro sin fundamento a unos, a otros de traidores o cobardes, negligentes a medio resto y todo: con un dedo; exigiéndote a cada instante de tu vida rendición de cuentas y la mismísima conducta que ni ellos tienen o hacerte correr detrás de sus deseos infantiles y necesidades insatisfechas como si fueras el "che pibe" del delibery de Dios que atiende en todas partes. ¡Qué poderoso resultó ser el dedo! ¡Tu dedo! ¡Tu maravilloso dedo! Y yo que inocentemente lo utilizaba para robar dulce de leche o reventarles los granitos a mis novias ahora resulta que me sorprendo. Señoras y señores: déjense de joder con sus insoportables correos y sus tiranos mensajes de texto producto de sus maquiavélicos dedos que ya me tienen harto. ¡Métanse el dedo ya saben dónde, por el amor de Dios! Aunque más no sea sólo por hoy que pido gancho... y el que me toca ¡es un chancho!
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