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Correo de Opinión El universo consorcial visto desde la óptica del Tarot por el Adm. Gustavo Karcher En esta entrega presentamos la primera parte del 4º de los 22 Arcanos Mayores del Tarot y su significado arquetípico en relación a la propiedad horizontal. El Emperador (Arcano Mayor IV) Parte 1 Para entender la importancia de este arcano mayor dentro del conjunto humano circunscrito a la propiedad horizontal, es fundamental definir claramente dos conceptos: el de grupo y el de liderazgo. Ambas figuras son recíprocas y complementarias entre sí, porque no se puede dar la una sin la otra. En otras palabras: son funcionales. Dentro del reino orgánico, esta característica se da comúnmente entre insectos y animales; pero las plantas, también tienen lo suyo. Y a la palestra de tales ejemplos, la programación de la naturaleza estableció distintos tipos de reciprocidades con un solo fin: la preservación del grupo; y como consecuencia de ello, la de la especie. Dentro de los insectos, tenemos casos emblemáticos como el de las abejas y las hormigas en relación a sus reinas; pero difieren sustancialmente con el de los animales por la sencilla razón que entre los insectos, el liderazgo no es una elección sino un mero fatalismo. Es la comuna quien por instinto "crea" a su líder o "le da la baja" por vetustez, lo destruye y lo reemplaza. En cambio, entre los animales, las cosas difieren respecto a la voluntad, la elección, el sexo, la forma y el fin, entre tantos otros factores. De hecho, las manadas de elefantes están lideradas por hembras, y entre ellas, sólo una es la líder natural; el resto, es séquito, guardia pretoriana, mero entorno, material de relevo y hasta nodriza de las crías del grupo. Algo muy distinto ocurre con los simios, en donde hay un macho alfa que se ganó el lugar por sí mismo; y en donde existen jerarquías y clanes en constante rivalidad por el liderazgo, y el amor de "las muchachas". Fueran como fuesen las formas y las especies, lo cierto es que siempre se da el mismo doble fin: preservar el grupo y la especie. Y llámese alfa, reina o rey, líder, héroe o mandatario, lo cierto es que todo ello habla de dos arquetipos significativos: el grupo y su representante natural: el líder. El grupo El estudio de los grupos ha llenado cientos de miles de estantes de cientos de miles de bibliotecas en todas partes del mundo. Y cada uno de ellos atendió a una rama en particular: insectos, plantas, mamíferos, reptiles, peces, microorganismos, etc. Y hasta conjuntos estelares en lo macro, o el universo atómico en lo micro. De esos estudios, se han descubierto muchísimos comportamientos que difieren conforme a la especie, la raza y el contexto, pero en todos siempre se halló la misma constante: la preservación del grupo y la especie. Lo cual resulta claramente significativo. Por otro lado, cada grupo en particular tiene comportamientos que difieren sustancialmente con respecto a otros; al punto tal que en unos, el líder es un objeto sagrado y en otros, simplemente accesorio. Y de esa diferencia entre lo sagrado y lo accesorio, surge la imponderable y peculiar diferencia. Algunos grupos tienen cierta conciencia de sí y pueden regular el entorno a través de líderes intermedios, los cuales suelen (o no) interactuar con el líder alfa y apuntalarlo o destituirlo; otros, atrapados por la fascinación y la servidumbre, siguen al líder incondicionalmente "más allá de la vida y la muerte" —como las sectas suicidas— y le rinden culto. Lo cual es una degradación del objeto principal que no es el líder sino el grupo. Y terminan matando o suicidándose, como los davinianos (David Koresh); los adeptos del Templo del Pueblo (Jim Jones, Guyana), o la legendaria "Familia" de Charles Manson. En ninguno de estos casos —por ejemplo— la preservación del grupo y la especie fue el fin; la destrucción externa y el suicidio fueron el objeto de trascendencia, por increíble que parezca. Y es más: a veces siquiera el líder es lo que siguen sino una proyección ideal como en la religión, la política, el fútbol o los ídolos mediáticos de cada época. En otras palabras: no hay ideología o razón de principios que trasciendan el altruismo del grupo, sino una pobre y primitiva necesidad de identificación con "alguien" o "algo" que existe, nunca existió, o ha dejado de existir. En fin: una cuestión de simples camisetas, modas o emblemas. De modo que los miembros de estos grupos podrían tranquilamente decir (parafraseando al fallecido Herminio Iglesias y sin ponerse colorados): "hoy puedo estar contigo o sintigo". O al ambivalente y carismático Carlos Saúl Menem, que solía afirmar muy suelto de cuerpo: "así como ahora digo que sí, mañana digo que no". O su histórica confesión de que si hubiera dicho lo que pensaba hacer, no lo votaba nadie[1]. El asunto es engrupir al grupo, no más que eso. Porque todo grupo quiere "ser engrupido", hasta que el engrupidor se pasa de la raya o lo hace el propio engrupido; en tanto prevalece el principio del autoengaño, en el "mentime para que yo [te] crea". El séquito o cohorte En algunos grupos de seres vivos, el líder no puede bastarse por sí solo; en otros casos —y a tientas, muy reducidamente— sí, puede. Pero fuese de una u otra manera, significativamente y en torno a él, con o sin su venia, se conforma un grupo complementario; un séquito, casta, comparsa o cohorte. Y cada uno de estos grupúsculos, tendrá sus propias peculiaridades y diferentes expectativas; ya que en relación al líder o al grupo, pueden serles fiel hasta cierto punto; incondicionalmente hasta dar la vida por uno u otro; rendir culto de fe más allá de la muerte del propio objeto fetiche; constituirse en simples adulones obsecuentes; o ser, sencillamente, una atado de vulgares conspiradores en honor a la nada. Así o asá, algunos serán por decisión del soberano o el propio grupo, y hasta puede darse el caso que ello se institucionalice; como el de los hidalgos caballeros del rey, la casta de Lores[2] ingleses, Pares[3] franceses o Grandes[4] españoles. En otros, ese séquito será incondicional al líder y morirá en su honor y por su causa, la cual estará más allá de las del propio grupo por extraño que parezca. El mejor ejemplo lo tenemos con los Samurai[5]. Pero también se dan casos en donde el séquito no es legítimo, y surge como consecuencia de la especulación. Vale decir que se legitima a sí mismo pero no es algo institucionalizado. Son los llamados arribistas u obsecuentes casuales, que en algunos casos tendrá mediocres expectativas parasitarias como las rémoras del tiburón; y en otros casos, aspirarán a fines más elevados como: sustituir al propio líder o gobernar a la sombra de éste, y tal cual lo hizo el paradigmático López Rega —suponiendo que el líder (Perón) no lo sabía—, mentor de la tristemente célebre "Triple A". La conspiración De lo antes dicho, resulta inevitable entender que dentro de todo grupo vivo se tejen las intrigas más sofisticadas en base a pasiones ancestrales como ser la envidia, la competencia, el rencor, la venganza, la especulación, la ignorancia, el miedo, etc. Todo lo cual nos resulta familiar (en términos simples) como la de los pibes de la esquina; de mayor rango como las "conspiraciones palaciegas"; o las de carácter mítico como aquel "beso de Judas", que inaugurara el simbólico calvario de un líder religioso como Jesús. Traiciones y conspiraciones siempre fueron de la mano asociadas a grupos y liderazgos; pero no siempre se debieron a una cuestión de poder; a veces, por mera necesidad de reconocimiento, complejo de inferioridad mal sublimado, o simple y sencilla idiotez; unos traicionan a otros como quien dice "buen día", "hasta mañana", "buenas noches", y se echan a dormir como si nada. Pero sí es importante entender que donde hay un grupo hay un líder; y donde hay un líder, siempre habrá una conspiración. Porque la conspiración, como cosa en sí, es un arquetipo más que complementa la razón de ser de todo vínculo en donde siempre habrá alguien que prevalezca y se convierta en líder; sea por designio natural, por su propia decisión o por imposición de un mandato o ley. Ya conspira el marido contra la esposa como ésta contra él; por liderar el hogar, la cama, los hijos, la economía... o la mismísima nada. Inclusive, hay quienes hasta destruyen los vínculos entre las partes o el propio grupo familiar (al mismo, si vamos al caso), con tal de demostrar quién tiene la razón o quién es el dueño de la verdad, en una competencia brutal basada en el descrédito y la humillación del líder (radio-pasillo o asamblea), como parte de una dialéctica fatal de orgullo y poder. ¿Por qué no? Si hay quienes por demostrar ser dueños de la verdad, van con todo, por todo y contra todo, puesto que —en sus neuróticas fantasías— la verdad no es más que poder omnisciente, que merece hasta poner en juego la propia vida, o la de inocentes por una causa que siquiera los alcanza, pero a la que hay que rendirle culto. El deseo colectivo de sometimiento La figura de El Emperador como arquetipo, no estaría completa sin el "principio del sometimiento". Éste se basa en el axioma universal que expresa la dialéctica del sometimiento en donde "todo sometedor desea ser sometido"; o dicho de otro modo: "todo sometido anhela someter", en tanto el sometimiento resulta un goce intrínseco e instintivo. ¿Por qué sucede esto? Porque ante la falaz afirmación de que el ser humano es de naturaleza buena (mentira de autocomplacencia), la realidad más bien nos demuestra todo lo contrario: "somos malos por naturaleza y buenos por acontecer". Esto significa que la bondad es un propósito y no un fin en sí mismo. La maldad en cambio es como el carbón de piedra, que requiere todo un proceso para convertirse en diamante. ¿O acaso todos nacemos diamantinos, o somos una "perlita"? Entonces, si internamente nos sabemos malos (aunque no concientemente), lo proyectamos en el otro y vemos ahí todas nuestras aberraciones. Pero si por cierto tales supuestos en el otro "no existiesen", trabajaremos inconcientemente para que sí suceda, a modo de atenuarnos la culpa y confirmarnos en la razón, haciendo pública y notoria nuestra peculiar hazaña. Desconociendo, sin saberlo, que el verdadero público a quien rendimos culto con nuestro triunfo, no es "ese otro que yace afuera", sino que se halla oculto dentro nuestro como padre censor introyectado, haciéndonos actuar como vulgares "héroes de barro". Pero, ¿puede una persona llegar a tales absurdos de andar matando villanos allí donde no existen con tal de reivindicarse públicamente a riesgo de poner en juego el destino del grupo? Sí, puede. En psicología se llama "profecía autocumplida" a esta conducta autodestructiva que es parte de nuestra "sombra"[6], y se construye como un "guión psicológico de vida"[7] dentro de los primeros 5 años de existencia. Eso explica porqué los buenos administradores son tratados como delincuentes con la primitiva excusa de que quienes los antecedieron, fueron un fraude. Lo que el colectivo no llega a ver (no puede, no es individuo) es que son ellos mismos quienes generaron tal fracaso porque en esencia, son la causa del fraude; desde sus mezquindades, su falta de compromiso para con sí (como propietario), el prójimo (otro propietario), y las cosas en común (en copropiedad); más la absoluta ignorancia frente a sus derechos y obligaciones comunes e individuales. De modo que los individuos que conforman el sujeto colectivo y quieren someter al líder —por absurdo que parezca— trabajan por su fracaso en tanto le exigen idoneidad, logros y eficacia, pero con un denominador común: "que los haga sentir felices sin tener que pagar ellos el precio". Todo lo cual tiene su origen en el "pensamiento mágico" instalado en la niñez, que aún conservan como arcaico resabio en su arqueopsiquis[8]. Cada uno de los integrantes del sujeto colectivo —con excepción de selectas minorías—, anhela en mayor o menor medida su propio fracaso como integrante grupal ("yo estoy mal, tú estás mal")[9], y lo expresa a través del grupo (rumoreo o radio-pasillo, fabulaciones, mitos, etc.) dirigidas contra el administrador en tanto éstos envidian su liderazgo y de un modo obsesivo compulsivo, trabajarán conjunta o individualmente para ponerlo a prueba, o demostrarles que ellos, "siempre pueden más". Eric Berne[10], en su famoso libro "Juegos en que participamos" (Games people play)[11], describe comportamientos grupales poniéndoles nombres tales como "te atrapé, desgraciado"; "ruge-ruge"; "sí, pero..."; "policías y ladrones"; "yo más que tú"; "el mío es mejor"; "mira lo que me hiciste..."; "tú eres el culpable..."; "si yo fuera tú..."; etc. Muchos de estos juegos (macabros en su mayoría), son parte de la dinámica del sometimiento, y en los cuales se suelen abocar todos los sujetos para "matar el tiempo" y "satisfacer su alicaído ego de Niño maltratado" por un Padre tirano; encarnando al mismo que lleva introyectado sin saber[12]. Y para ello, el individuo (sea éste copropietario como inquilino o allegado e inclusive el propio encargado) se basará en hallarle todos los defectos al administrador, ponerle palos en la rueda, difamarlo, etc.; a fin de "falsar su autenticidad" (legitimación del otro) y hacer evidente su fraude. Estos sujetos son capaces hasta de destruir el edificio o dejar que esto suceda, dado que culturalmente están condicionados para echarle siempre la culpa al otro (Vg. "el administrador"), como por ejemplo no dejarle aumentar las expensas para arreglar los balcones que se caen a pedazos. Y después, hipócritamente se ruborizan cuando eso sucede en otro edificio y lo primero que dicen es "fue culpa del administrador; al final son todos iguales"; o la culpa la tuvo el "negligente ingeniero que certificó la 257", si el hecho ocurrió en la CABA. O del gobierno de turno, que "roba y no hace nada"; lo cual más allá de certezas o incertidumbres, no representa el fondo de la cuestión. Si el conspirador fracasa individualmente (no logra someter a los demás para liberarlos del sometedor), buscará hacerlo desde el grupo a través de comandos de pares ("asociación de damas de caridad", según Berne) o las propias asambleas ("la pulga del buey en la manada"); y será recién luego de varios fracasos que aceptará la supremacía del líder, se le someterá condicional o incondicionalmente, según sea su grado de enfermedad, ya que sin lugar a dudas: cada quien tiene lo suyo. Pero si triunfa (y no hace falta un crimen para condenar a un individuo), se reivindicará como indudable héroe (fantasía omnisciente y/u omnipotente) ya sea porque el otro fue removido (el administrador satanizado) o porque éste se cansó de un juego imbécil e infantil, y prefirió (salud de por medio y criteriosamente) presentar su renuncia "al juego", renunciando inteligentemente al cargo, después de todo: "un consorcio es un consorcio, y como tal no vale una vida". Y así se aprende el desprecio por el propio sacrificio, a riesgo de caer en la corrupción. Claro que, en estos casos, el que pierde siempre es el Consorcio de Propietarios mismo; pero como es un sujeto ideal, volverá a reinventar la rueda (ese es su karma), el juego comenzará de nuevo en tanto el solapado sometedor siga viviendo en el edificio para iniciar patriadas quijotescas, y el hecho se diluirá en el tiempo porque los consorcios como los pueblos: pierden fácil la memoria y lo que recuerdan son sólo espectros y penumbras, diluidas o distorsionadas en el ocaso de la vela del paso del tiempo. El buen Emperador esto lo sabe; y una derrota aunque humillante, no le quita lo de líder. [Continuará.]
--- NOTAS [1] Carlos Saúl Menem: https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-20801-2009-10-26.html
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Guión psicológico: Según descubriera Eric Berne, padre del Análisis
Transaccional, todo sujeto se construye dentro de sus primeros años de
vida, un guión psicológico a modo de sagrado juramento; luego, todo
cuanto haga, estará regido por esa primitiva creencia consagrada como “principio
rector de vida” que permanecerá oculta en el inconciente por el resto
de su existencia gobernándolo. || Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Gui%C3%B3n_psicol%C3%B3gico [9] Posiciones vitales. Según el AT de Berne, existen cuatro “posiciones vitales” que adopta uno mismo respecto a los demás: 1) “yo estoy mal, tú estás bien”; 2) “yo estoy mal, tú estás mal”; 3) “yo estoy bien, tú estás mal”; 4) “yo estoy bien, tú estás bien”. [10] Eric Berne. Padre del Análisis Transaccional (AT). || Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Eric_Berne [11] Games people play. Vulgarmente traducido como “Juegos en que participamos” (se dice “en los cuales” y no “en que”). Fue best seller durante muchos años a partir de su publicación en 1964, y aun hoy guarda vigencia. [ 12] Estados del Yo. En Análisis Transaccional, Berne describe al sujeto como una combinación de Estados del Yo a los cuales denomina con mayúscula: estado Niño, Padre y Adulto para diferenciarlos de los mismos términos en sus usos habituales. --- |
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