Días
pasados, en uno de los matutinos de mayor circulación se publicó un artículo
sobre la difícil convivencia en los consorcios. Sutilmente, tras una noticia
realmente interesante como ser la existencia de un Programa de Mediación
Comunitaria del Gobierno porteño, se señala, una vez más al administrador de
consorcios, en su deshonestidad, como una fuente de conflictos.
El
artículo comienza hablando sobre las dificultades en la convivencia entre los
vecinos, y este tema es muy conocido entre aquellos que se dedican a la
administración. A continuación describe
el Programa de Mediación porteño
que funciona en los 16 Centros de Gestión Participativo y donde participan 25
abogados y sicólogos que a pedido de una de las partes involucradas interviene
para intentar llegar a una solución
que termine con el conflicto. Si se tiene en cuenta que existen 7.000.000 de departamentos en toda la ciudad repartidos en 55.000 edificios donde viven el
70% de los habitantes de la ciudad se puede tener una dimensión del problema.
Sólo en el primer semestre se solicitaron 2.144 mediaciones y se resolvieron 4
de cada 10 conflictos.
Por
esta vía, sostiene el matutino, "se pueden resolver, entre otros,
conflictos con el administrador del edificio cuando no cumple con el
mantenimiento del edificio o se facturan expensas muy elevadas sin
justificación" . De todos los problemas que pueden existir en un
consorcio al periodista se le ocurrió el mejor. La frase es maliciosa y sutil.
Actúa sobre la "idea" que puede tener el público sobre el desempeño
del administrador condenándolo sin posibilidad de descargo. Desde una posición
objetiva se puede entender que si un edificio no es "mantenido" puede
ser porque: el consorcio no tiene dinero, la asamblea postergó el
mantenimiento, hubo en la cobranza del mes una cantidad tal de morosos que
impidió el cumplimiento de las obligaciones con el proveedor, se contrató una
empresa que recomendó un miembro del consejo o un propietario que no cumple,
etc, etc... pero nuestro avezado periodista, ya convertido en juez, dictó
sentencia: "el administrador no cumple".
Igual
cuando se habla de que "factura expensas muy elevadas sin
justificación" como si el administrador facturara expensas. El
cronista sabe que cada ítem que se informa en los gastos debe estar avalado por
un comprobante legal y que cualquier auditoría de rutina (que, a propósito,
puede pedir cualquier copropietario) pondría en evidencia esta irregularidad
que no es menor, pero sugiere en la mente del lector, ya castigado por los
impuestos y recortes salariales, que el administrador "hace lo que
quiere" y que nadie puede hacer nada. Le traslada la sensación de
impotencia que sentimos todos frente a los actos de nuestro malogrado gobierno
al pequeño mundo de su consorcio y resume en la figura del administrador lo que
el lector ya siente como ciudadano de su país frente a los dirigentes que
votó. Cuando el administrador se acerca al consorcio a atender un problema o a
escuchar el reclamo de un vecino se dirigen a él en forma ríspida, hostil, sin
ninguna necesidad y cuando, como en muchos casos de los que fuí testigo, por
fin puede hacer su descargo, el demandante simplemente se calla y sin
disculparse, de mala manera, pasa a otro tema.
Más
de uno puede pensar que de dos frases estoy haciendo un mundo, pero el mundo
está hecho de frases y, si se tiene en cuenta que alguien escribió esta nota
(cuyo tono es recurrente en cierta prensa), que otra persona la corrigió
cuidadosamente, otra la aprobó y por útimo alguien autorizó su publicación
cierto día determinado de la semana, se puede llegar a pensar que no es casual.
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