Sin duda las noticias de los atentados que se produjeron en EEUU, que
llegaron a partir del martes a la mañana de la semana pasada, fueron las que
mayor impacto nos produjeron desde hace mucho tiempo y es sobre este tema que
quiero hacer algunas reflexiones.
No quiero hablar sobre lo que significa el horror de la muerte de civiles
inocentes en una guerra, sea cual fuera ésta, ni del repudio que este tipo de
actos me produce y, en general, produce a cualquier persona con un mínimo de
sensibilidad y respeto por la vida humana. No quiero debatir sobre quién tiene
la culpa del atentado, ni si las medidas bélicas que van a tomar son correctas
o no. No quiero especular si tienen razón o están equivocados, porque sobre
eso se pudo leer y escuchar mucho, tanto en los diarios, como en la televisión
y la radio.
Tampoco quiero aventurarme si esto es el comienzo de un “nuevo mundo” o de
“otro mundo” porque ya hace un tiempo que cada vez que pasa algo de cierta
envergadura surgen improvisados profetas que, con un análisis que lleva menos
de 10 minutos, pronostican la creación de nuevos mundos que todavía estamos
esperando.
Los primeros días, luego del desastre, acostumbré trabajar con el televisor
prendido en aquellos canales de noticias donde transmitían imágenes desde los
lugares de los hechos.
En un momento dado, luego de un par de días, leyendo los diarios, se me ocurrió
pensar que una catástrofe puede ocurrir, nadie está exento de ello. Nosotros
en los últimos diez años tuvimos dos, una vez en la Embajada de Israel y otra
en la AMIA. Pero que tal vez lo más importante es qué pasa después del
siniestro. En EEUU, bomberos, policía y Defensa Civil disponían de los equipos
que necesitaban y en condiciones de ser usados. Todos los funcionarios tenían
sus uniformes. Inmediatamente se organizaron las cuadrillas de rescate. El
alcalde se hizo cargo. Cerraron las fronteras. Más de un ochenta por ciento de
los ciudadanos se sintieron atacados personalmente y estuvieron a favor de
represalias militares. A las 48 horas había sospechosos. Hoy ya hay detenidos y
siguen investigando. Ningún funcionario del gobierno se había robado la plata
de los equipos necesarios para el rescate. Los bomberos, policía y defensa
civil estaban entrenados y actuaban en forma coordinada. No se destruían
pruebas, ni por impericia ni por encubrimiento, que pudieran ser necesarias para
descubrir a los culpables. Ningún agente de fronteras, por una coima, dejó
salir del país a nadie luego que el gobierno central dio la orden de cerrarlas.
Ningún juez de la nación pactó impunidad para ningún sospechoso, ni por
dinero ni por influencias. Ningún policía miró para otro lado a la hora de
cumplir con su deber. La plata que recaudaron de todos los ciudadanos no
la habían administrado en forma fraudulenta, ni la había desviado a campañas
políticas en forma ilegal, ni se la habían robado o mal gastado. Estaba
disponible para afrontar las necesidades de los familiares de las víctimas o de
cualquier otro destino que se impusiera darle. Cada uno de ellos cumplió sus
ordenes con conciencia. Todos los políticos y altos funcionarios se desocuparon
para enfrentar la crisis. El congreso y la ciudadanía se alineó alrededor de
su presidente que estaba despierto, organizando las fuerzas a sus órdenes para
garantizar la seguridad de su país, y las operaciones de rescate. Lo más
revelador es que la mayoría de los medios de difusión se abstuvo de transmitir
imágenes en las cuales se degradara la autoestima del orgullo norteamericano. Y
aquí ciertos analistas y entre ellos alguno al que tengo muchísimo respeto, se
equivocan. No es censura. Es patriotismo, orgullo nacional, es lo que hace
alguien cuando se siente parte de un grupo y se siente responsable por el total.
Es lo que hace uno con extraños cuando hay un problema un su propia familia.
Yo los envidio, han sufrido un terrible golpe y las vidas humanas son
irrecuperables, pero van a salir adelante, tienen un país y eso es más de lo
que nosotros tenemos. No por los medios materiales de que disponen, sino por su
espíritu.
Ellos van a volver a construir sus torres gemelas o van a hacer alguna otra cosa
tanto o más grande y faraónica que va a simbolizar su espíritu frente a la
adversidad. Como hicieron los alemanes, franceses, japoneses, italianos e
ingleses cuando terminó la II guerra mundial en la época que ellos pasaban
hambre y, se dice, nosotros teníamos oro apilado en el Banco Central.
Ellos tiene un país y para ellos la palabra “nosotros” tiene un
sentido.
Nosotros no vamos a permitir que los terroristas se escapen del país dirá un
funcionario de frontera.
Nosotros no vamos a dejar impune este crimen dirá un juez.
Nosotros no podemos dejar de ayudar a las víctimas, dice el alcalde.
Nosotros no vamos a dejar a los asesinos sin castigo, dijo Bush.
Para nosotros la palabra nosotros no tiene, lamentablemente, sentido.
Cuando vi a mi presidente Fernando De La Rua, pomposamente, anunciar que había
dado instrucciones a las autoridades pertinentes sobre seguridad, y que la
ciudadanía podía estar tranquila sentí vergüenza y envidia. En un país que
no puede controlar la delincuencia común, ni la evasión, ni que no se haga
contrabando de otros países de ganado con aftosa, ni que se escapen los
fugitivos de la justicia a los países vecinos, ni es capaz de juzgar a los
funcionarios corruptos, ni de dictar sentencia a un delincuente común en un
plazo razonable, cuando se escucha ese tipo de declaraciones se siente vergüenza.
Ni a nuestro presidente, ni a los senadores, ni a los diputados, ni a los jueces
de la nación, ni a nuestros funcionarios, ni a nuestra policía se los puede
ver como parte de un “nosotros”, como parte de un equipo, de un todo,
como integrantes de un país que luchan por el bien común.
En realidad parece ser que nuestros funcionarios, sea cual fuera su cargo, son
un grupo de individualidades egoístas, luchando por arrancar la mayor cantidad
de ventajas personales a costa del bienestar de todo el pueblo.
Por eso sentí envidia de ese país, que en su peor hora, muestra a todos
unidos, seriamente, luchando, cada uno desde su puesto, desde el más simple de
sus ciudadanos hasta su presidente.
Hoy, como EEUU, alemanes, franceses, japoneses, italianos e ingleses son parte
de países industriales, pujantes que avanzan con seriedad a través de las
dificultades, y nosotros, tal cual le paso a un tal Negrete, nos debatimos en la
miseria luego de haber tocado el cielo con las manos.
Y yo, señores, los envidio...
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