Vergüenza
Preocupados
por los efectos de nuestra crisis económica, Israel puso en marcha una campaña
de solidaridad con la Argentina que estaría dedicada a ayudar tanto a judíos
como a no judíos. Esta campaña liderada por el Movimiento Kibutziano que
agrupa a 280 aldeas colectivas y es el responsable del 10% de las
exportaciones del país haría “llegar la ayuda a barrios del Gran Buenos
Aires donde jóvenes de movimientos judíos argentinos se voluntarizan en
trabajos educativos y paralelamente, ayudar a aquellos judíos que decidan
emigrar a Israel...”
Este
minúsculo país de Medio Oriente, más chico que Tucumán, posee 4 millones de habitantes (un tercio de
la población de Cuba) y desde fines de la Segunda Guerra Mundial está en
guerra con sus vecinos. Allí cualquier hombre de cincuenta años es veterano de por
lo menos cuatro. Ahora participa en los conflictos que todos conocemos por los
que atraviesa el país. En 1990 cuando era un hombre de 38 años, fue parte del
conflicto del Golfo; en 1982, con 30 años combatió en la Guerra del Libano y
en sus inicios, cuando era un joven de sólo 21, en el año 1973, peleó
defendiendo su país en la Guerra de Iom Kipur.
Como
recursos naturales no tiene absolutamente nada. El agua es un bien precioso.
Se lleva por cañerías desde el lago Tiberíades (el mismo lugar donde está escrito
que Jesús caminó sobre las aguas) a lo largo de todo el país hasta los
lugares de consumo. La tierra en la mayor parte del país no es apta para la
agricultura. El petróleo, para disponer de energía para vehículos y
maquinarias, hay que importarlo. Una parte importantísima de sus recursos van
a parar al esfuerzo bélico porque de ello depende la existencia misma del
estado y de sus habitantes. Eso incluye una porción muy importante de los préstamos
que reciben del exterior, de la recaudación de impuestos y de la ayuda, cada
vez más exigua, que reciben de las diferentes colectividades desparramadas
por todo el mundo.
Este
minúsculo país, cuando nosotros en los años 50 teníamos, según dicen, oro
apilado en el Banco Central, vendíamos carne y trigo al mundo y creábamos
una industria que nos empezó a convertir en un referente en Latinoamérica,
estaban luchando por dar una vivienda a los nuevos inmigrantes que llegaban año
a año, trataban, en su desértico y pequeño país, de armar una economía
que permitiera darle un trabajo digno a sus ciudadanos, estaban
racionados en alimentos y combustibles y guerreaban con sus vecinos que tenían como único objetivo
aniquilarlos y “echarlos al mar” como solían decir.
Hoy
nosotros, quebrados, sin industria nacional, con los fondos bancarios
incautados, con una deuda internacional monstruosa, con la única guerra
(Malvinas) que se nos ocurrió declararle a alguien perdida, con nuestros
jubilados en la indigencia, sin comercio, sin futuro, sin justicia, azotados
por una delincuencia que no sabemos cómo parar, con una dirigencia política
y económica amoral, inescrupulosa y corrupta recibimos ayuda de este pequeño
Goliat que está sinceramente conmovido por las circunstancias que nos están
tocando vivir y no puede menos que tendernos una mano para ayudarnos.
Cuando
leía la noticia me avergonzaba pensando en el absurdo de que Israel nos ayude
a nosotros, que somos uno de los países potencialmente más ricos del mundo,
que posee recursos naturales tanto en hidrocarburos, como en minerales, como
en tierra fértil. Con una extensión de territorio importantísima y que,
como broche de oro, si no inventamos nada, sin ninguna necesidad bélica en el
horizonte.
Pensaba
en lo injusto que es que los ciudadanos de Israel, que trabajaron duramente,
en condiciones tan difíciles, para crear condiciones de bienestar en su país,
con políticos serios y honestos que lucharon para garantizar la seguridad física
y material de sus ciudadanos tengan que ayudar a un país con una dirigencia
(y cuando digo dirigencia hablo no sólo de la política, sino también de la
eclesiástica, la gremial, la empresarial y la financiera) dejada, abusiva,
oportunista, corrupta, haragana, venal, manipuladora y que supongo, debe
tener mucha experiencia y ser muy hábil en robarse o desviar la ayuda que nos
mandaron y nos siguen mandando del extranjero.
Me
da vergüenza cuando pienso cómo nosotros (todos), por nosotros mismos sólo
supimos hacer arena de todo aquel oro que dicen que supimos tener e Israel (todo)
no sólo supo convertir en oro su arena, sino que todavía le sobran fuerzas para ayudarnos.
Claudio
García de Rivas